Un mal nombre by Elena Ferrante

Un mal nombre by Elena Ferrante

autor:Elena Ferrante [Ferrante, Elena]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Realista, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2012-09-19T04:00:00+00:00


58

Al día siguiente comprendí lo que supondría la marcha de Pinuccia. La velada sin ella me pareció positiva: no más lloriqueos, la casa se calmó, el tiempo pasó silencioso. Cuando me retiré a mi cuartito y Lila me siguió, en apariencia, la conversación estuvo libre de tensiones. Me mantuve distante, no dije ni una palabra sobre lo que realmente sentía.

—¿Entiendes por qué ha querido marcharse? —me preguntó Lila hablando de Pinuccia.

—Porque quiere estar con su marido.

Negó con la cabeza y dijo seria:

—Le dan miedo sus propios sentimientos.

—¿Qué quieres decir?

—Que se ha enamorado de Bruno.

Me sorprendí, jamás se me habría ocurrido esa posibilidad.

—¿Pinuccia?

—Sí.

—¿Y Bruno?

—No se ha dado cuenta de nada.

—¿Estás segura?

—Sí.

—¿Cómo lo sabes?

—Bruno está por ti.

—Tonterías.

—Nino me lo dijo ayer.

—Hoy no me ha dicho nada.

—¿Qué habéis hecho?

—Hemos alquilado una barca.

—¿Tú y él solos?

—Sí.

—¿De qué habéis hablado?

—De todo un poco.

—¿También de eso que te conté?

—¿De qué?

—Ya lo sabes.

—¿Del beso?

—Sí.

—No, no me ha dicho nada.

Pese a estar aturdida después de tantas horas al sol y de tantos baños, conseguí no decir una sola palabra errada. Cuando Lila se fue a dormir tuve la sensación de flotar sobre las sábanas y de que el cuartito oscuro estaba en realidad lleno de luces azules y rojizas. ¿Pinuccia se había marchado deprisa y corriendo porque se había enamorado de Bruno? ¿Bruno no la quería a ella sino a mí? Reflexioné sobre la relación entre Pinuccia y Bruno, volví a oír frases, tonos de voz, y a ver gestos, y me convencí de que Lila no se equivocaba. De pronto la hermana de Stefano me inspiró una gran simpatía, por la fuerza que había demostrado al obligarse a marchar. Pero no me convencí de que Bruno estuviese por mí. Nunca me había mirado siquiera. Además del detalle de que, si hubiese tenido los ojos puestos donde decía Lila, habría acudido él a la cita y no Nino. O por lo menos habrían venido juntos. De todas maneras, fuera cierto o no, no me gustaba: demasiado bajo, demasiados rizos, poca frente, dientes de lobo. No y no. Debo mantenerme en el medio, pensé. Eso haré.

Al día siguiente llegamos a la playa a las diez y descubrimos que los dos muchachos ya estaban allí, se paseaban de aquí para allá por la orilla. Lila justificó la ausencia de Pinuccia con pocas palabras: tenía que trabajar, se había vuelto con su marido. Ni Nino ni Bruno mostraron la menor pena y eso me turbó. ¿Cómo se podía desaparecer así sin dejar un vacío? Pinuccia había estado dos semanas con nosotros. Habíamos paseado juntos los cinco, habíamos conversado, bromeado, nos habíamos bañado. En aquellos quince días seguramente le ocurrió algo que la había marcado, jamás olvidaría ese primer veraneo. ¿Pero nosotros? Nosotros, que tanto habíamos contado para ella aunque de distintas formas, de hecho no notábamos su ausencia. Nino, por ejemplo, no comentó nada sobre su marcha repentina. Y Bruno se limitó a decir serio: «Qué pena, ni siquiera hemos podido despedirnos». Un minuto más tarde hablábamos de otra cosa, como si ella jamás hubiese ido a Ischia, a Citara.



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